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Historias Increíbles

Incertidumbre

Rúas baleiras no Barco de Valdeorras. /Foto: A.R.

 

Ahora para soñar la felicidad ya no pensamos en el Caribe, ni en las Islas Vírgenes, ni en el mítico Baden-Baden. Soñamos en algo tan sencillo como estirar las piernas, encontrarte con los amigos y echarte unas risas. Pronto, porque nuestros sanitarios y nuestros científicos son unos artistas, todo habrá pasado. Y volverá a caer la tarde dulcemente sobre la terraza de tu bar repleta de gente.

Inesperadamente todo se ha venido abajo. Lo previsto no era esto. Se preveía que la vida sólo podía tener un defecto y era el aburrimiento. La vida era aparentemente una película de la tablet con una música adecuada. Pero…alguien ha entrado en la vulgaridad de nuestras vidas y ha tomado sin nuestro permiso nuestra comodidad y la ha tirado por la ventana con estrépito.

El enemigo es invisible, es un fantasma sin cara. Estamos pasmados, atolondrados, boquiabiertos, haciendo preguntas que nadie puede responder. Es más, si exigimos respuestas nos darán elucubraciones. Nada se sabe. Somos menos importantes de lo que creíamos, estamos menos modernizados de lo que soñábamos y nos encontramos atónitos, asombrados. Si examinas la técnica que empleamos para huir del enemigo es la misma que empleaban los antiguos: nos metemos en casa y aguardamos. Los chicos metidos debajo de la cama creen que no serán aniquilados.

 

Plácido Blanco Bembibre xunto á estatua de Ramón del Valle-Inclán en Santiago de Compostela. /Foto cedida.

 

Conviene abrir la persiana cada mañana y dejar que entre el sol. Conviene mantener la esperanza. Conviene apoyarnos unos a otros con fuerza. Conviene esperar con firmeza que volverá, no tardando, aquel tiempo que no supimos vivir con agradecimiento. Me estoy refiriendo a aquel tiempo de ayer mismo en el que nos podíamos juntar sin estar prohibido. Podíamos besarnos como locos, a puñados, en grupo…

Y para no sentirnos tan solos, volveremos a mirarles, a los viejos, ese grupo de riesgo, que nos salvaron de la recesión económica, hace nada, y volverán a echarnos una mano. Pero ahora van a ser los profesores de emociones de los más pequeños. Y este tiempo, con todo, le vendrá bien a nuestra sociedad y los chicos lucirán muy pronto alfabetizados emocionalmente. De eso sí saben. Vetustos y metidos en casa de manera inmisericorde van a retomar lo que nunca debió perder la escuela, si es que lo hizo, la trasmisión de valores.

Unos a otros nos vamos prestando la certidumbre con la misma delicadeza que nos dejamos cordialmente un poco de canela. Sabemos que todo se arreglará y que alguien vendrá y nos tomará de la mano. Si miras por tu ventana y te fijas bien, verás cómo estos zombies del corona virus, a lo mejor, ya pasan de largo.

Mientras tanto somos un montón de niños perdidos en el bosque.

Texto: Plácido Blanco Bembibre

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